LA LUZ QUE SALVA

Esta serie de homilías y las propuestas espirituales para el tiempo de Adviento nos ayudarán a profundizar en nuestro entendimiento y experiencia del kerygma, la proclamación básica de la Buena Noticia de la salvación en Jesucristo. Hay una conexión profunda e intrínseca entre la proclamación del kerygma y el tiempo de Adviento, que es un tiempo de espera, de esperanza, de preparación. Y eso es lo que queremos explorar con estas homilías y propuestas espirituales.

Es probable que todos hoy en día pensemos que el mundo no está como debería estar… que en algún momento algo salió mal, que no está bien matarnos entre nosotros mismos, odiarnos, destruirnos, que hay acciones que queremos frenar, pero no podemos, sentimientos que tenemos y que no tenemos la fuerza para cambiar. No tenemos que mirar nuestra vida pasada o nuestro propio corazón para encontrarnos con el quebrantamiento del mundo en el que vivimos. Y allí están nuestras familias, las ciudades en las que vivimos, el desorden, la violencia, las desgracias de nuestra cultura, las guerras en el mundo…

A veces tendemos a pensar que hoy todo está peor que antes, que antes existió un momento perfecto (incluso después del Edén). Podemos idealizar el pasado o tener falsas esperanzas de un futuro perfecto. Pero incluso así de perdido, herido y desordenado como está y como ha estado desde que Adán y Eva comieron el fruto, el mundo jamás fue abandonado, y tampoco ninguno de nosotros. Dios ha venido a un mundo así de desordenado y quebrantado, hace unos 2000 años, en su carne, en un tiempo de desorden y caos, a un pueblo subyugado bajo un poder extranjero, violento, encarnándose en el vientre de una joven mujer de un pueblo insignificante de un pequeño rincón del Imperio Romano.

Y vino porque cree que este mundo vale la pena. Cree que vos y yo valemos la pena. Hizo el viaje imposible desde la infinitud hacia la finitud, desde la Divinidad hacia la humanidad, sólo para salvarnos a vos, a mí, a cada persona… para vencer el mal, para liberarnos, darnos una vida nueva, rescatarnos.

Cuando vino hace 2000 años, vino a un pueblo que lo estaba buscando, lo estaba esperando; pero estaban buscando y esperando a un salvador que se habían creado ellos mismos, un salvador para sus problemas terrenales. Tenían expectativas “horizontales”. No esperaban que Él viniera de las alturas. No esperaban que Él viniera desde lo oculto. No tenían expectativas lo suficientemente altas.

Entonces muchos de ellos se lo perdieron. No lo reconocieron. Lo dejaron pasar en medio de ellos, como a muchos otros maestros, predicadores o sanadores. Pero Él no era como los demás. Él era todo lo que necesitaban, todo lo que sus corazones estaban verdaderamente anhelando. Él era el único que podía liberarlos y renovarlos.

Hemos escuchado la historia muchísimas veces, entonces, lamentablemente, muchas veces no le prestamos atención. En este Adviento pidamos al Señor de toda la creación, al Señor del Cielo y de la Tierra, quien sorprendentemente irrumpe en Su creación para salvarla, que abra nuestros corazones a su mensaje de una manera diferente. Pidamos al Señor del Cielo y de la Tierra que nos hable con este mensaje extraordinario de un modo diferente cada día, a medida que meditemos su palabra. Entremos en cada día de este tiempo de Adviento, a la espera del Mesías, a la espera de nuestra salvación, de nuestra redención.

Nada es imposible para el que cree, como le dijo el Ángel a la Virgen María. Entonces creamos. Y cuando no creamos, pidamos al Señor que aumente nuestra fe. Para que Él pueda hablarnos. Para que su Palabra pueda movernos con poder. Para que en este Adviento el mensaje del Evangelio pueda transformarnos.

Las homilías y propuestas espirituales de cada domingo: “Amor Creador”, “La gran herida”, “Llega la luz” y “La respuesta que nos salva” seguirán las cuatro partes del kerygma. La sugerencia es escuchar la homilía en la Misa y luego, durante la semana, orar con la propuesta espiritual sugerida por el sacerdote. Intentemos enfocar nuestra atención, expectantes, con esperanza, a la espera de que el Señor se nos revele, y dejando que Él pronuncie su mensaje de salvación en nuestros corazones.

No tengamos miedo de seguir la historia de salvación y delinear sus contornos y matices en nuestra propia vida, porque incluso aunque tengamos que enfrentarnos con la realidad de nuestro pecado o heridas, sabemos que el Señor viene a ese lugar de nuestras vidas; que Él es la luz que brilla en las tinieblas, que las tinieblas no pueden vencerlo (Jn 1,5). Y a medida que vayamos trazando la historia de salvación en nuestra propia vida, hagámoslo con una esperanza confiada: “viene mi Salvador, me va a rescatar, me va a liberar, me va a renovar”.